lunes, 12 de septiembre de 2011

Avándaro: 40 años de mito y leyenda‏


Por Jaime Almeida

El próximo mes de septiembre se estarán cumpliendo 40 años del célebre Festival de Rock y Ruedas de Avándaro. En un extremo están los que lo han satanizado y lo consideran una muestra de la decadencia moral de la juventud setentera, y, en el otro, quienes lo proclaman como el evento que zarandeó al poder y amplió los horizontes de la participación cultural y política. Yo fui uno de los miembros del grupo que organizó el festival, y nunca hemos dejado de sorprendernos por las olas que levantó. Déjeme contarle, desde mi punto de vista, cómo fue.

A tres años de Tlatelolco y tres meses después del violento y cobarde episodio de Los Halcones el 10 de junio de 1971, se realizó el Festival de Avándaro. Todo comenzó en un programa de televisión llamado Domingo a Domingo, que conducía y producía Jacobo Zabludovsky. Yo participaba en la emisión como reportero, y un día, tras conseguir algunos materiales en los que aparecían los artistas de rock más populares de entonces, le propuse a Jacobo que hiciéramos una sección especial de una hora dedicada a los “film-clips musicales” que teníamos en exclusiva. Por ese tiempo el productor Luis de Llano Macedo realizaba los promocionales del Canal 5, y era un rockero de hueso colorado, a quien conocí desde principios de los sesenta, cuando, junto con su hermana Julissa, formaba parte del grupo Los Spitfires, y lo invité para que juntos hiciéramos la sección musical en el programa dominical.

Zabludovsky aprobó los programas piloto, y pronto la sección, titulada La Onda de Woodstock para evocar aquel festival de dos años antes, salió al aire. En la producción participaban jóvenes muy prendidos y talentosos: Carlos Alazraki, ahora uno de los más célebres publicistas del país; Eduardo El Custer Davis, Roberto Naranjo, Adolfo Rodríguez, Frank Gardoni y Paty Juárez. Era la primera vez que la televisión mexicana lanzaba al aire una emisión a base de videoclips musicales aportados por las disqueras, y fue el programa pionero de lo que ahora son canales enteros dedicados a la música.

En mayo de 1971 Luis de Llano se apareció con una idea muy buena: hacer un festival de rock al estilo de Woodstock para videograbarlo y presentarlo como programa. El lugar y la fecha del festival quedaron determinados por un evento que desde años anteriores ya se celebraba en Avándaro: las carreras de coches. Programadas éstas para el sábado 11 de septiembre, el permiso dado a los organizadores del evento automovilístico incluía la posibilidad de presentar música en vivo, y se pensó que podríamos aprovechar el atractivo de las carreras para llevar a los chavos a una explanada en el Rancho Avándaro, a cinco kilómetros de Valle de Bravo.

Justino Compeán —hoy Presidente de la Federación Mexicana de Fútbol— y Eduardo El Negro López Negrete eran los empresarios de las carreras de coches; nos escucharon y se convencieron de que el automovilismo y el rock podrían convivir en un fin de semana glorioso. Así se integró el concepto de lo que sería el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro. Zabludovsky, muy amigo del entonces gobernador del Estado de México, Carlos Hank González, y ex compañero universitario de Mario Moya Palencia, entonces secretario de Gobernación, nos abrió esas puertas. Tanto Hank como Moya Palencia vieron el asunto con tranquilidad y lo aprobaron sin broncas.

El responsable de conseguir el elenco del festival fue Armando El Ringo Molina. La idea era tener a los 10 mejores grupos de rock de México pagándole cuatro mil pesos a cada uno: Los Dug Dugs, Peace And Love, Three Souls in My Mind, La Tinta Blanca, El Amor, Epílogo, Bandido, La División del Norte, Tequila y Los Yaki con Mayita Campos. También queríamos tener a Javier Bátiz, pero sus pretensiones económicas eran inalcanzables y por ello quedó fuera.

Sin tener participación en el negocio, Zabludovsky fue el principal promotor de Avándaro a través de su noticiario 24 Horas. En la primera semana de promoción ya se habían agotado los 75 mil boletos emitidos, y todavía faltaba un mes y medio para el concierto. Dado que las dimensiones del terreno lo permitían, se pusieron a la venta otros 75 mil boletos, los que se vendieron casi de inmediato. Cinco días antes del festival, miles de personas ya estaban a las puertas del lugar. Entonces fue necesario abrir el evento y hacerlo libre, pues, de otra forma, pronto sería imposible contener a quienes, boleto o dinero en mano, reclamaban el derecho de entrar.

El grupo Three Souls in My Mind, con Alex Lora al frente, hizo la prueba general de sonido y tocó varias rolas, siendo así el primer artista que ocupó el escenario de Avándaro. El festival se prolongó hasta el día siguiente ante un público integrado por casi un cuarto de millón de personas. Dos acontecimientos marcaron para siempre aquella noche de Avándaro: una chava se quitó la camiseta y ofreció una generosa dosis de taco de ojo al respetable, y unos muchachos quemaron una bandera tricolor que tenía como escudo el signo de amor y paz. Ambos sucesos fueron deformados después para satanizar el evento, el primero como una orgía de sexualidad y pornografía, y el segundo como un agravio a los símbolos patrios y a la identidad nacional. Es verdad: muchos se animaron a quitarse la ropa y a mostrar sus miserias. Varios asistentes llevaban marihuana y se la fumaron. Los sanitarios portátiles resultaron insuficientes, al igual que las dotaciones de agua, refrescos y sándwiches que habían sido concesionadas. Los 40 policías municipales asignados al evento se la pasaron escondidos debajo del escenario, impotentes. Pero, a pesar de todo, la vivencia resultó espectacular y relativamente tranquila, y nadie anticipó la desproporcionada reacción de censura por parte del gobierno. Al día siguiente se hablaba de muertos, intoxicados, atropellados, asaltos a casas y robos en autos. Se comentaba que Avándaro había sido un desastre total, que había puesto en peligro la paz social. El presidente Luis Echeverría declaró: “Aunque lamentamos y condenamos el fenómeno de Avándaro, también nos alienta nuestra convicción de que en este tipo de actos y espectáculos sólo es partidaria una reducida parte de nuestra población juvenil”.

El señor Emilio Azcárraga ordenó que las 30 horas de videotape grabadas en Avándaro fueran llevadas inmediatamente a su oficina. No se sabe qué pasó con ellas. Durante muchos años se dijo que habían sido guardadas en un almacén de Tijuana. El resultado más lamentable fue que al gobierno le entró una “rockofobia” furiosa que le llevó a prohibir los conciertos durante la siguiente década. Los grupos sufrieron el cierre de los cafés cantantes y tuvieron que refugiarse en los “hoyos fonquis”. Pocos lograron sobrevivir.

Así nació el Festival de Avándaro, su mito y su leyenda. Nosotros, los que lo hicimos, sólo queríamos hacer algo interesante para pasarlo por televisión.

Usted ya conoce los nombres de los autores intelectuales de Avándaro; ahora sólo falta conocer los de los responsables del dos de octubre de 1968 en Tlatelolco y los del 10 de junio de 1971. Me late que, al igual que los videos del festival, sus identidades seguirán guardadas en algún secreto almacén.

Fuente Origibal: Jaime Almeida
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