jueves, 22 de diciembre de 2011

Kaka-raoke

Desde hace buen tiempo se ha dado la costumbre de "amenizar" las fiestas o reuniones con este artirlujio de época. Aunque Para algunos es indispénsable, para otros es el inicio del fin de la fiesta.


A continuacion se transcribe un excelente articulo publicado en el blog de Gufo Caballero con el cual estoy totalmente de acuerdo: 


Me declaro enemigo público número uno de los “karaokes”. El puro pinche nombrecito -que no sé lo que significa ni me interesa googlearlo- me produce ardor en el cicirisco. 
Cuando alguien conecta un aparatejo de esos en alguna fiesta o reunión, siento que la diversión acaba de valer madre. Por lo general, cuando sucede esto, agarro la mayor cantidad de latas de cerveza posible de las hieleras, las meto en mi coche y me voy a beberlas debajo de algún puente en compañía de vagabundos, ex convictos y muertos de hambre. Todo es mejor que quedarme a ver a un montón de cantantes frustrados berreando canciones por demás conocidas; canciones que la radio se ha empeñado en hacerlas insoportables repitiéndolas día y noche hasta el infinito.


Lo irónico del caso es que yo, que soy anti reggaetón, anti mariachis, anti Juan Gabriel y anti José José, me sé esa mierda de música por puritita cultura general; entonces: ¡no comprendo cómo unos borrachos asquerosos que se la pasan escuchando esas odas a la jotería, al desamor y al alcohol necesitan leer su letra en una pantalla de un televisor! ¡No lo comprendo! Pinches canciones tienen más de 30 años pasándolas a diario en el radio, ¿y todavía no se las pueden aprender? ¡No mamen! Lo más increíble es que ni leyéndolas puedan cantarlas al compás o sin desafinar; todos traen el ritmo por anca la verga, anden sobrios o borrachos, da lo mismo.


Por donde se le vea, el karaoke es un espectáculo grotesco. Gordas en ropa entallada que se creen Thalía pero se parecen más a Paquita la del Barrio; prietos con pelo de cepillo que se sienten Luis Miguel pero son clones de Delfín Quishpe; güeras nalgonas que no quieren soltar el micrófono porque se creen Paulina Rubio pero le tiran más a Laura León; pendejos que arrastran la letra “s” y ya nomás por eso se creen españoles como Enrique Iglesias; o los típicos machines que creen que se ven muy graciosos imitando los ademanes amanerados de Juan Gabriel... No, no, no, nooooo… qué pinche horror…


De hecho siempre he pensado que las grandes empresas organizan sus pachangas y sus posadas con karaoke como un plan conspiratorio para ver el comportamiento de sus empleados, para así tomar decisiones futuras en el orden del organigrama basándose en su conducta. Que organizan algo así como un “reality show” mezclado con Animal Planet y la serie de The Office disfrazado de “fiesta”. Porque es ahí, en las fiestas de la oficina, donde pueden ver cómo Gutiérrez, el jefe de compras, después de dos cervezas se pone la corbata en la cabeza, hace señas de amor y paz con los dedos y pega de brincos como Rigo Tovar; es ahí donde pueden ver si Aguirre, el hombre serio del departamento de sistemas, disfruta joteando cuando lo ponen a cantar el Noa Noa; es ahí donde pueden ver si Tere, la secretaria chichona, se aloca y enseña calzón cuando canta una de Gloria Trevi. Es ahí donde los hombres detrás de la cortina deciden qué empleados se van y cuales se quedan, pues está comprobado científicamente por la Universidad de Televisa -muy seria institución- que en el karaoke brotan los verdaderos yos de las personas y se reflejan sus miedos y frustraciones.


Pero no todo es malo. Si en algo le hace justicia a la humanidad el karaoke, es que en sus terrenos todos somos iguales. El gerente general pasa al frente a cantar junto a los choferes de los camiones repartidores. Se abrazan fraternalmente -como si no hubiera diferencias de sueldos y prestaciones-, les suda la bisagra y dejan las camisas manchadas de amarillo después de berrear una de José Alfredo Jiménez a todo pulmón, ¡ahjajaaayyy!. En el karaoke no hay barreras, no hay cantantes malos ni cantantes buenos: todos son artistas, todos comparten un mismo sueño: que les aplaudan aunque sea una puta vez en sus miserables vidas, snif.


Si creen que exagero, queridos lectores, a la próxima fiesta que vayan donde haya karaoke, intenten pedir una canción de su agrado, y verán que la rola que quieren ni siquiera existe en “versión karaoke”. Y al decir “canciones de su agrado” estoy dando por hecho que son personas con gustos un poquito más refinados o especializados, no individuos que se van de nalgas o tienen orgasmos con la "música" de María José, Belanova, el grupo Pesado o El Duelo; porque si es así, entonces el karaoke es el paraíso para ustedes.


Y hablando de "paraísos", a mí nomás avísenme a dónde se van los karaokes cuando mueren: al cielo o al infierno. Me vale madres estar en cualquiera de esos dos lugares, siempre y cuando no haya karaoke.
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